Por Carlota María Domínguez Chanez
Estudiante de filosofía
Tutora del Centro de escritura
Te veo entre rosas María,
como libro abierto,
de llagas gloriosas,
de viñedo desierto.
Te veo con ojos ausentes
a la brisa que indulta,
por corona pendiente,
por semilla ya oculta
Te toco las espinas que lloran,
por deseo de frías faltas;
que sandalias benditas
sanarme ya claman.
Te llamo bajo el nombre callado
para el Sol de mi noche tranquila
pues ni el miedo me quita
la espina que impero.
Te ruego las curas mortales
de las almas que imitan condena
por la piel de mi dulce cordero
por la sangre que cuelga sin pena
Arranca del pecho, mi Madre,
las crueles voces del sueño
y entrega a mi Señor, el duelo
la vida de las cruces sin tarde.
Te miro para nunca dejarte
como manto que sostiene caída
y si en pincharme entregara tal dicha
mi milicia no traerá más desvelo.